“Segundo cerebro”
José Velasco Toro | Tiempo de Veracruz | febrero 18, 2011 at 1:10 PMPor: José Velasco Toro
En 1991 se realizó el congreso interdisciplinario que se llamó: “El final de los grandes proyectos y el florecimiento de la praxis sistémica”. Este evento fue en Heidelberg, ciudad de Alemania donde se encuentra la Universidad más antigua del país. La cita congregó a prestigiosos científicos y teóricos de diversos campos del conocimiento con la finalidad de reflexionar en torno al “final de los grandes proyectos” en la postrimerías del siglo XX. En otras palabras, el fin del paradigma de los proyectos teóricos, cuya pretendida grandiosidad se está desmoronando junto con las pretensiones de conocimiento objetivo, de explicaciones racionales causales y deterministas, y de búsqueda de control y planificación de dominio de los procesos sociales e interpretaciones globales.
A ese evento asistió Francisco Varela (1941-2001), biólogo chileno que se destacó en el terreno de la neurociencia y las ciencias cognitivas con sus aportes al conocimiento de la autoorganización de la vida y los procesos de aprendizaje. La reflexión de Varela tiene por título: “El segundo cerebro del cuerpo”. Título provocativo que de inmediato genera la pregunta ¿a qué se refiere con segundo cerebro? Lo que incita la curiosidad e invita a leer su disertación.
Varela inicia señalando que el cuerpo humano posee dos formas fundamentales de conocer: la relacionada con la localización de la cognición en el cerebro y la otra, no menos importante, que tiene que ver con el sistema inmunológico y que denominó “segundo cerebro”. Antes de explicar por qué es un “segundo cerebro”, Varela aclara que nuestro cuerpo tiene una forma de hablarnos cuya base gnoseológica está en su constitución biológica.
A estas alturas el lector se estará preguntando ¿Y qué tiene que ver el sistema inmunológico con el fin de los grandes proyectos? Pregunta que también me hice al leer el título de su trabajo y la respuesta que se obtiene al dialogar con el autor es sorprendente. Pero más sorprendente es el hecho de que en los libros de texto de ciencias naturales, aún se explica que el sistema inmunológico de nuestro cuerpo, es un sistema heterónomo. Al menos en el libro de texto de secundaria que consulté, y que actualmente es utilizado en el proceso de aprendizaje, y en diferentes páginas web, así aparece.
Aclaremos. Siempre se ha enseñado que nuestro sistema inmunológico es un eficiente vigilante que detecta todo elemento, llámese virus o bacteria, que al introducirse en nuestro cuerpo, altera con su acción la salud. Este paradigma médico, para su explicación, recurrió a la metáfora militar donde la defensa se basa en el ataque. Los linfocitos son eficientes soldados siempre alerta y dispuestos a combatir al elemento intruso. Rasgo esencial de un sistema heterónomo que sólo se desarrolla si el exterior actúa sobre él, teoría clásica que, hoy se conoce, posee errores. Además de reflejar la correspondencia con el paradigma mecanicista, determinista y reduccionista, de la ciencia, que es parte de esos grandes proyectos científicos que están desmoronándose.
En 1974, Niels Jernet (1911-1994), inmunólogo danés y Premio Nobel de Medicina en 1984 junto con César Milstein y George Kohler, descubrió que los anticuerpos del sistema inmunológico se combinan con perfiles moleculares de su medio ambiente constituido por otros anticuerpos que fueron llamados “anticuerpos antiidiotípicos”. Se ha observado que todo anticuerpo se enlaza con otro anticuerpo, relación que constituye una red cuyos elementos se conectan entre sí y miran hacia el interior, más que hacia el exterior. De pronto, nos dice Varela, “la imagen de los tontos soldaditos mirando hacia afuera se convirtió en la imagen de personas en sociedad, de personas hablando mutuamente en lugar de mirar hacia afuera”. Lo que considerábamos un sistema, ahora se nos revela como una red, una red inmunológica con alta conectividad nerviosa que supera en más del 10% a la conectividad nerviosa del cerebro. De donde se deriva la metáfora de “segundo cerebro”. Red interactiva que en su conectividad no requiere de estímulos exteriores para establecer la identidad del cuerpo humano.
Y aquí viene lo interesante: la función principal de la red inmunológica no es la de responder a estímulos externos, ésta es una acción secundaria y manifiesta, sino que es la de relacionarse consigo mismo y con el medio ambiente somático del cuerpo. Es un sistema implicado de identidad de nuestro cuerpo, conocimiento que no se ha incorporado a los contenidos de enseñanza en ciencias naturales.
Y de nuevo la curiosidad genera una nueva pregunta: ¿qué importancia tiene la constitución de la identidad corporal? Toda, nos dice Varela, porque simple y sencillamente “si las células de nuestro cuerpo no tuvieran una forma de comprender que pertenecemos a esta comunidad, no existiríamos en absoluto”. ¿Y por qué es así? Expliquemos siguiendo la lógica narrativa de Varela.
En la autonomía de la red inmunológica se establecen conexiones que constituyen el lenguaje mediante el cual las células desarrollan la identidad de comunidad de lo que somos como cuerpo. Hasta ahora se nos ha enseñado que él sistema inmunológico, ya conocido como periférico, es capaz de dar respuesta a las “amenazas” externas. Y ello está bien. Sin embargo, es hora de enseñar los avances en el conocimiento relacionado con la red inmunológica central que proporciona una identidad y una historia al cuerpo, toda vez que sus componentes están estrechamente conectados entre sí. Enlaces neuroinmunológicos que permiten el dominio cognitivo de la identidad de nuestro cuerpo, cuya identidad se autoconstruye y es autónoma.
Para cerrar esta breve reseña de lo que Varela expuso en su intervención, resaltemos dos aspectos: el primero refiere a dos formas de clausura, de dos sistemas cognitivos en nuestro cuerpo constituidos por el cerebro y la red inmunológica; el segundo remite al aprendizaje que nos proporciona la existencia, incontrovertible, de los componentes de nuestro cuerpo que actúan de manera colaborativa y participativa, base gnoseológica de de nuestra biología que debe ser, tiene que ser también, base gnoseológica de nuestro hacer ético.